Stalin nació en Georgia y su manera de hablar el ruso siempre fue motivo de menosprecio. Su padre le educó de forma violenta, lo que le empujó a buscar la protección de su madre, una mujer de profundas convicciones religiosas.
Para brindarle una educación adecuada le obligaron a vivir interno en un seminario cristiano ortodoxo donde los malos tratos eran la tónica habitual. Fue allí donde aprendió a expresarse en ruso. La degradación a la que fue sometido por los monjes y la traición de su madre forjaron su carácter rebelde y contestatario. Cuando pudo independizarse se relacionó con los núcleos revolucionarios bolcheviques, allí fue donde decidió convertirse en un auténtico revolucionario según las consignas que predicaba Vladimir Lenin.
Pasó buena parte de su juventud en las cárceles zaristas, pero su determinación para cambiar el régimen opresivo se radicalizó aún más. Cuando triunfó la revolución se destacó como seguidor a ultranza del gran líder comunista. Su apodo “Stalin” (hombre de hierro) hacía referencia tanto a su capacidad de resistencia al dolor como a su inquebrantable convicción de que las discusiones políticas son una pérdida de tiempo y que lo importante era pasar a la acción.
Una vez alcanzó el poder se manifestó su carácter desconfiado, que le llevó a desarrollar una personalidad paranoide. Era capaz de guardar rencor durante mucho tiempo por pequeños desaires y desconfiaba de las intenciones de sus colaboradores más cercanos.
En un mundo regido por personalidades alteradas, él no fue una excepción; al trastorno bipolar de Winston Churchill podemos añadir la depresión de Roosevelt (quien fallecería antes de acabar la guerra) y los delirios de grandeza del propio Hitler. En este contexto no resulta extraño que se obsesionase con la seguridad de las fronteras de la Unión Soviética (lo que abocó a la Guerra Fría) y con la seguridad interior (lo que legitimó sus purgas, sus gulags y su terror policial).
Pese a que fue el gran triunfador del nazismo, pasará a la historia por sus actos brutales, hasta el punto de que su muerte se produjo en medio de su paranoia. Al parecer, su última purga incluyó a su médico personal, de manera que, cuando fue víctima de un ataque cerebral, nadie en el Kremlin se atrevió a medicarle por el temor de ser acusado de envenenar al líder del comunismo, con el resultado de su agónica muerte cuando contaba setentaicuatro años.
Su visión del comunismo era mucho más completa que la de Lenin porque se tuvo que enfrentar con la amenaza del nazismo (de quien había sido aliado) y porque negoció de igual a igual con las potencias occidentales para evitar una tercera guerra mundial. Una vez terminada la guerra se aplicó al desarrollo industrial y científico de la URSS, logrando un avance considerable, pero a costa de mantener un régimen de control total sobre la clase trabajadora.
Tres de sus grandes legados políticos fueron los conceptos de Nomenklatura, los Planes Quinquenales y el de Apparatchik.
@salenko1960