Categorías
Películas

El cuarto protocolo, 1987 (Aviso de spoiler)

Los acuerdos de no proliferación de armas nucleares establecieron que las bombas nucleares solo podían alcanzar sus objetivos por sistemas convencionales (misiles o aviones), en esto consistía “El cuarto protocolo”. Este nombre da título a una novela de Frederick Forsyth y a la película que vamos a comentar.

El agente del MI5 John Preston (Michael Caine) encuentra unos documentos secretos de la OTAN en la residencia de un miembro del gobierno británico. Cuando informa del hallazgo a su superior, se encuentra con una sanción disciplinaria por los métodos empleados y se ve destinado al control de puertos y aeropuertos.

Esta sanción le permite seguir la pista de una operación secreta del KGB que pretende hacer estallar un artefacto nuclear en las proximidades de una base militar de Estados Unidos y atentar contra la OTAN. El cuarto protocolo consiste en un acuerdo entre las dos superpotencias, que les pareció razonable a los negociadores, que garantizó un sistema para que la guerra nuclear se librase con medios convencionales (misiles y aviones, principalmente).

Las tretas que quedan al descubierto en la película son varias. Por un lado, está la estrategia de borrar todo rastro de sus fechorías: el general soviético responsable del atentado va ordenando asesinar a todos los personajes implicados, incluido el agente Petrofsky (Pierce Brosnan), que deberá colocar el artefacto nuclear sin saber que no dispone de tiempo para escapar a la detonación.

El complot del KGB se lleva a cabo con el beneplácito del Servicio Secreto Británico, lo que nos lleva a la inquietante cuestión de cuál es el verdadero sentido de unos servicios creados para garantizar la seguridad del Estado pero que, al operar en el más estricto de los secretos, se dedican a perpetuarse, confabulando situaciones de peligro que ellos mismos han creado. Si tenemos en cuenta que el relato que da pie a la historia proviene de un ex espía, llegamos a la conclusión de que estas agencias tan especializadas son (o fueron) parte del problema más que de la solución.

Otra cuestión que aparece descrita en la película es cómo se “limpian” las huellas de una traición entre dos agencias que se supone que son rivales. El plan de Gevorshin de atacar a la OTAN ha sido descubierto por los soviéticos, pero la eliminación del principal testigo (Petrofsky) la llevan a cabo especialistas del SAS siguiendo las órdenes recibidas por Irvine (alto oficial del Servicio Secreto Británico), con lo que él y el general Karpov recibirán su reconocimiento oficial (de sus respectivos gobiernos) por cargarse los planes de Gevorshin.

Aunque los hechos descritos trascurren en los años setenta, el Tratado de No Proliferación Nuclear se firmó en 1968, siendo Lyndon Johnson el Presidente de Estados Unidos y Leonidas Brezhnev el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética.

@salenko1960

Categorías
Blog

Cuatro singladuras para la Guerra Fría

¿Qué supuso la GF para la civilización occidental? Esta es una pregunta que sólo se puede responder con fórmulas complejas. En el contexto africano, parece apropiado hablar de que la Guerra Fría supuso el inicio de los procesos de descolonización que dieron la puntilla a las aspiraciones coloniales de las potencias europeas, precedidas por dos guerras mundiales. La creación de la ONU supuso la salvaguardia de la resolución política de los conflictos, aunque no siempre se pudo evitar el recurso a las armas. Para la mayoría de los países asiáticos, supuso un largo periodo de industrialización que determinó la fórmula para acceder a la vida modernasin pagar el mismo precio que las potencias occidentales por imponer sus ideales de modernidad.

Desde el punto de vista de ambos contendientes, su influencia a escala global les llevó a un protagonismo que, seguramente, ninguno de los dos bandos se había planteado. Fue una forma de ocupar una posición hegemónica pese a que ello suponía desatender las cuestiones de régimen interior.

En una perspectiva europea, supuso lo contrario. Dejamos de estar en el primer plano de la geopolítica para ser, en algunas ocasiones, un peón en el inmenso tablero de juego; en otras, un soldado fiel y disciplinado para uno de los dos bandos, hasta que se produjo la toma de conciencia del riesgo a perderlo todo. Tal vez fuimos los primeros en darnos cuenta de que la tercera guerra mundial sería la última que libraría la humanidad antes de extinguirse mutuamente y dejar paso a un linaje de cucarachas resistentes a la radiactividad.

Sin embargo, el debate ideológico se fraguó en el viejo continente. Marx fue un filósofo positivista que alumbró una manera científica de dar sentido a la evolución histórica. Si tenía o no tenía razón es algo que todavía se discute, pero de lo que no cabe duda es que su discurso caló muy hondo en decenas de generaciones de todas las latitudes.

Hoy todavía cabe preguntarse si es posible concebir un mundo más justo y respetuoso con los recursos disponibles, una utopía que permita dar sentido a la existencia humana por encima de nuestras diferencias individuales. Una civilización que haga posible el principio de “a cada cual, según sus necesidades; de cada cual, según sus capacidades” sin comprometer los derechos civiles de los colectivos sociales ni la dignidad de ningún habitante por discrepar activamente de la forma de gobierno. Esa civilización podría dar forma a una sociedad que permitiese sin restricciones la manera elegida por cada ciudadano para alcanzar su plenitud sin necesidad de hacer de menos a nadie, logrando el equilibrio perfecto de iniciativa privada y responsabilidad colectiva para lograr el avance de las condiciones de vida de toda nuestra especie.

Para intentar encontrar una respuesta a la pregunta de qué fue lo que falló, yo aporto mi particular punto de vista sobre los enfrentamientos personales que se dieron entre los grandes líderes de las dos superpotencias. Analizando psicológicamente sus perfiles y personalidades, tal vez podamos descubrir las lecciones útiles que podemos extraer para encarrilar nuestro camino hacia un puerto más fructífero, acercándonos esperanzadoramente al futuro.

Las cuatro singladuras que propongo desarrollar comienzan con la confrontación entre Truman y Stalin, dando pie a la etapa inicial de la Guerra Fría. La segunda enfrenta a Kennedy con Krushchev, alcanzando su punto álgido en la crisis de los misiles de Cuba. La siguiente abarca el proceso de distensión que lograron Nixon y Brézhnev. La última será la que puso los cimientos del final de la guerra, la relación de amor y odio entre Reagan y Gorbachov.

Todos estamos en condiciones de juzgar los comportamientos humanos de estas personas, porque todos hemos sido víctimas de sus manejos y sus intrigas. Más allá de los afanes revanchistas, tal vez acertemos a vislumbrar un horizonte de posibilidades para mejorar las cosas, no ya para nuestra generación, pero sí para las futuras.

@salenko1960

Categorías
Películas

Zhivago y la apertura de Krushchev

Es poco conocida la tradición cultural soviética. En España, además, este conocimiento se vio agravado por la censura franquista, que negaba cualquier producto destacable que proviniese del otro lado del “telón de acero”. Sin embargo, el Régimen se prestó a facilitar el rodaje en los montes de Soria de la película “Doctor Zhivago”, tal vez por el carisma que desprendía su productor Carlo Ponti o por el reconocimiento internacional que se derivaba de unos visitantes (los actores de Hollywood) que generarían muchas portadas en las revistas de actualidad de la época.

Lo cierto es que el autor de esta historia, Boris Pasternak (posteriormente reconocido con el premio Nobel de literatura), aprovechó un momento de apertura del régimen soviético (producido tras el ascenso al poder de Nikita Krushchev) para contar esta historia, centrada en las experiencias de unos personajes que vivieron la transición entre el zarismo y el comunismo.  Aunque el manuscrito fue censurado por las autoridades soviéticas, el autor ya había contactado con un comunista italiano (Giangiacomo Feltrinelli) que, desde Italia, publicó su novela. El interés suscitado por la misma motivó a versionarla a cargo del director de cine David Lean.

En el amplio reparto destaca el papel de Yuri A. Zhivago (Omar Sharif), poeta y médico, al que esos momentos convulsos le juegan alguna que otra mala pasada. Su corazón se reparte entre Tonya Gromeko (Geraldine Chaplin) y Lara Antipova (Julie Christie). Este representante de la Intelligentsia (clase privilegiada de artistas y profesionales con estudios superiores) no es un comunista convencido, pero los acontecimientos de su país le superan ampliamente. Su mala suerte le lleva a reencontrarse con el amor de su vida, al verla pasar desde el otro lado del cristal de un tranvía urbano. Su ansia por detenerla y retomar el ansiado romance le lleva a sufrir un infarto que acabará con su vida sin que ella llegue a darse cuenta.

Otro de los personajes que vive una profunda trasformación es el de Yevgraf A. Zhivago (Alec Guinness), su hermanastro. Este Teniente General del ejército rojo pasa por los horrores zaristas hasta convertirse en un revolucionario convencido.  Este personaje realiza el papel de narrador de la historia de amor entre Yuri y Lara, aunque en la versión escrita no era así. El propio Yevgraf cuenta el final de Lara, “muerta o desaparecida en algún lugar…” con lo que se refiere a la gran purga de Stalin.

La versión de 2002 es más fiel al texto de Pasternak pero carece, a mi juicio,  de la fuerza dramática de la versión de 1965.

En realidad, esta apertura del régimen soviético dio alas a muchos artistas y escritores para superar los miedos del estalinismo y convertirse en la voz crítica del pueblo, sin abandonar los principios del socialismo. Fue un momento de esplendor que culminó con la invasión de Checoslovaquia. Los cánones del realismo socialista adoptados por los artistas más leales al comunismo, fueron rebasados por los más vanguardistas elementos de la Intelligentsia, que miraban al exterior del área de influencia soviética para encontrar su inspiración.

La celebración del encuentro de la juventud en Moscú (1957) fue un momento en el que las juventudes del Komsomol tuvieron ocasión de contactar con visitantes venidos del resto del mundo, aportando su forma de vestir, su música y sus sueños de libertad. Mientras tanto, algunos recalcitrantes que culpaban a Krushchev de la pérdida de influencia soviética por haber criticado a Stalin trazaban planes para recuperar un papel decisivo para la URSS en el plano internacional, como le correspondía por ser una potencia militar con armas nucleares.

@salenko1960