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El líder, el contralider y el pagafantas.

No hay nada que cohesione más a un grupo humano que tener claro el enemigo al que combatir. Esto fue lo que pasó en la segunda guerra mundial, la agresiva política de Hitler le granjeó enemigos por toda Europa hasta que midió mal sus fuerzas y decidió declarar la guerra a los Estados Unidos.

Cuando estuvo claro que el tercer Reich consideraba los territorios rusos como zona de interés, su política expansionista le jugó una mala pasada, como se la jugó en su día a Napoleón Bonaparte (vencido por el Zar Alejandro I aplicando, por primera vez, la táctica de tierra quemada).

Una vez que Stalin se recuperó del estupor que le produjeron las primeras noticias sobre la Operación Barbarroja (la operación militar por la que los alemanes penetraron en Rusia para echar del poder a los bolcheviques y arrebatarles el control de la Unión Soviética), se puso a la tarea de proteger a la Madre Rusia de los ataques de su antiguo aliado (pacto Molotov-Ribbentrop) y movilizar al depuradísimo ejército rojo para salvaguardar el sistema Marxista-Leninista.

De esta manera, Winston Churchill vio con alivio la creación del frente oriental y, aunque siempre se consideró un ferviente anticomunista, pensó que este acontecimiento le abría una “ventana de oportunidad” para librarse del acoso nazi. El Imperio británico se dispuso a librar una guerra más larga y, con la ayuda de los EEUU, vencer al Reich.

La imagen que ilustra este artículo es, precisamente, la de los tres principales aliados cuando se reunieron en Teherán en 1943, en ese momento no se oía hablar de Guerra Fría pero se estaba fraguando ante la perspectiva de una previsible derrota del Fascismo Totalitario y la amenaza que, para los gobiernos capitalista-burgueses, suponía la llamada Komintern ó III Internacional.

Los tres personajes se entendieron desde el primer momento, pasaron sin grandes dificultades por encima de sus diferencias ideológicas y se centraron en los enemigos comunes: Adolf Hitler (en Europa y África) y el Imperio japonés (en Asia). No fue difícil establecer las prioridades: primero, acabar con el Reich acosándole desde los dos frentes (aunque el frente occidental, reclamado por Stalin, tardó medio año en abrirse con el desembarco en Normandía).

En este trío, opino que el papel fundamental recae en Churchill, sus conocimientos históricos y militares le daban una cierta ventaja psicológica sobre los otros dos. Stalin se había fajado como revolucionario contra la policía zarista y estaba acostumbrado a combatir a los enemigos internos, pero no tenía una visión del mundo tan completa como la del Primer Ministro de su Majestad Jorge VI. Por el otro lado, Franklin D. Roosvelt había defendido públicamente el no intervencionismo de los EEUU en el conflicto europeo. Churchill había buscado denodadamente la implicación de los americanos y su visión geopolítica era mucho más completa, porque aspiraba a salvaguardar tanto al Imperio Británico como a los valores democráticos que supuestamente lo legitimaban.

Aunque, en un primer momento, podemos considerar a Roosvelt como un personaje secundario frente a los otros dos, su papel de representante de potencia económica de primer nivel ya estaba consolidado, su capacidad productiva y su fortaleza financiera estaban fuera de toda duda, pero se trataba de un hombre enfermo, muy poderoso políticamente pero físicamente debilitado. Por este motivo le atribuyo un papel secundario dentro del trío, aunque las cosas fueron cambiando con el paso del tiempo.

El término pagafantas no pretende ser despectivo sino ilustrativo. Pretendo describir el papel de un personaje que actúa movido por su “buenismo”, por su deseo de dejar un mundo más seguro cuando los otros dos se querían destruir (una vez acabaran con Hitler).

La historia nos dice que sólo el georgiano logró mantener el poder al término de la contienda, pero la acrisolada unión de los representantes británicos y norteamericanos fue un considerable contrapeso para poner freno a la revolución proletaria en Europa (y la revolución campesina en Asia y el resto del mundo). De eso trata la Guerra Fría, de imponer un modelo de estado, un sistema de relaciones de poder a escala planetaria.

22 de noviembre de 2016

@salenko1960

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LA REBELION DE LAS MASAS

EL  PAIS  13-02-2015   —    BELEN BARREIROS

 

Resumen elaborado por el Señor X para guerrafria.eu

 

En los últimos años se ha producido una fractura en la sociedad española que podría determinar el éxito o el fracaso de muchas organizaciones que vertebran nuestra democracia y nuestra economía de mercado (partidos políticos, corporaciones, empresas y bancos). Esta fractura separa a votantes y consumidores, muchos de los cuales sufren las consecuencias de la crisis.

La manifestación más clara de la fractura entre élite y ciudadanía es la irrupción de Podemos.

Según un estudio del Pew Research Center de 2007, el 67% de los españoles aseguraba que el mejor sistema para nuestro país era una economía de mercado. En 2014, el respaldo a la economía de mercado había caído 22 puntos, situándose en el 45%.

Según Mikroscopia, un estudio de Myword que no mide el respaldo genérico al sistema capitalista, pero sí a sus protagonistas, el 25,5% de los ciudadanos ha sentido durante el último año rechazo hacia las grandes empresas y multinacionales. La desconfianza hacia el mundo financiero es aún mayor, el 36,5%. Nace, por tanto, un nuevo tipo de consumidor, el consumidor rebelde, que no es necesariamente subversivo o radical, pero que si ha sufrido los estragos de la recesión. Según el estudio, el 54% de los ciudadanos admite haber pasado a una clase social inferior como consecuencia de la crisis. Con todo, ni siquiera quienes no han variado de estrato social son del todo ajenos a este sentimiento de rechazo: el consumidor rebelde, como el votante rebelde, es también transversal.

La fractura élite-ciudadanía, tanto en el ámbito económico como en el político, ha ido acompañada de otro cambio social enormemente relevante. Los ciudadanos han buscado, por sí mismos y dentro de la propia sociedad, algunas de las soluciones que las grandes instituciones de la democracia y del mercado no les han dado.

En política, los ciudadanos se han convertido en protagonistas: han aumentado el interés por la política, se ha disparado la movilización ciudadana, han surgido nuevos partidos. Según las series del CIS, el interés por la política crece en 8 puntos porcentuales desde antes de la crisis.

Según Mikroscopia, las nuevas formas de compra y de consumo alternativos y colaborativos surgen con más fuerza entre los consumidores rebeldes que entre el resto de los ciudadanos: el intercambio de productos y servicios es 6,4 puntos porcentuales más alto, como también lo es la compra o venta de productos de segunda mano (13,7 y 8,3 puntos más, respectivamente), compartir productos y servicios que antes se compraban (6,1 punto más), la compra en establecimientos de consumo responsable (8 puntos más) y la participación en grupos de consumo y compras colectivas (2,8 y 5 puntos más, respectivamente).

Además, la crisis económica actual se produce en un contexto de digitalización veloz de la sociedad. La acción conjunta de los dos propulsores del cambio, la recesión y la revolución tecnológica, es una bomba de relojería para las instituciones y organizaciones asentadas que no sepan descifrar los códigos de la sociedad en red; por otro lado, constituye asimismo una gran oportunidad para las organizaciones o proyectos que sí sepan hacerlo.

La sociedad digital ha creado un nuevo tipo de ciudadano y consumidor, en Red, que forma parte de una comunidad de personas ávidas de información, en permanente intercambio de opiniones sobre acontecimientos, servicios, productos o marcas, y siempre alerta y dispuesta a contrastar la veracidad de lo que se dice y la coherencia de lo que se hace. El ciudadano en Red es exageradamente exigente con las organizaciones políticas y económicas, en lo que ofrecen y en como lo ofrecen. Y es poco manipulable.

Las instituciones nacidas en la era analógica se han adaptado peor a las demandas de una sociedad digital. Según los datos del CIS, menos de la mitad de los votantes del PP y del PSOE se han conectado en los últimos tres meses a Internet, mientras que los de Podemos, lo han hecho prácticamente el doble. En el caso del PP, la situación es especialmente crítica: entre los jóvenes de 18 a 24 años, nativos digitales, el PP obtiene menos del 5% del voto. Lo mismo ocurre con algunas empresas nacidas en la era analógica, muestran dificultades y de no reaccionar a tiempo pueden peligrar.

La crisis económica y la revolución tecnológica están cambiando nuestra sociedad profundamente. La recesión ha dañado a demasiadas personas. Se ha producido una fractura social que ha deteriorado las bases de apoyo a los partidos, empresas, corporaciones y bancos tradicionales. Reconciliar al ciudadano con el sistema político y económico es probablemente el reto más importante que no sólo los partidos políticos, sino también las grandes corporaciones, tienen ahora mismo por delante.

 

                                      Belén Barreiros es directora de Myword y expresidenta del CIS

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Los tres días del cóndor (1975)

 

Es una película dirigida por Sydney Pollack y protagonizada por Robert Redford, quien da vida al personaje del espía de segunda fila Joseph Turner. Un analista de contenidos políticos de la CIA, que trabaja en una oficina secreta de Nueva York en el momento en que se produce un atentado organizado por asesinos profesionales que acaba con todos sus compañeros. Cuando Turner trata de averiguar por qué quieren acabar con este grupo, aparentemente intrascendente, se produce una persecución por los lugares comunes de Turner que le motiva a secuestrar a una desconocida, Kathy Hale (Faye Dunaway), para desconcertar a sus perseguidores.

¿Cuáles son las tretas que magistralmente expone esta película? En primer lugar, los espectadores se sorprenden al enterarse de que una anodina oficina de un barrio de clase media neoyorkina se dedique a trabajar para la CIA. ¿Cómo es posible que esos agentes no estén en las oficinas centrales de la CIA? Al parecer, se considera que los analistas deben tener vida social para que estén motivados y bien relacionados.

El perfil de Turner es el de un “cerebrito” que podría dedicarse a cualquier actividad intelectual, pero que decide comprometerse con la Agencia por razones que no vienen a cuento para la historia. Se trata de un espía que no lo parece: no lleva armas, desconoce sus propios protocolos y a duras penas recuerda sus claves de acceso, porque su trabajo es aparentemente aburrido e intrascendente; hasta que da con algo que despierta todas las alarmas: las conexiones petrolíferas en Iberoamérica. El solo hecho de que haya descubierto este entramado de intereses geopolíticos le convierte en una persona más valiosa muerta que viva, para no interferir en ciertos planes liderados por un sector poderosísimo de la CIA.

Otra cuestión que se explica con meridiana claridad es la de los trabajos sucios que la CIA prefiere encargar a agentes externos para no tener que “mancharse las manos”. Aquí, Pollack le cede el protagonismo al asesino profesional G. Joubert (Max von Sydow), un europeo frío e inexpresivo pero letal incluso con la persona que, en primera instancia, le contrata pero que luego se convierte en su objetivo, para dejar limpia la trama de asesinatos que ha provocado el caso Turner.

Al parecer, uno nunca está seguro trabajando para la CIA. Si tus ambiciones colisionan con los intereses de la Agencia, puedes acabar siendo asesinado con la colaboración de tu mejor compañero de trabajo.

La última cuestión que quiero analizar es la relación que se sugiere entre los ciudadanos y las “cloacas del Estado” (como bautizó Felipe González a los servicios secretos). En un momento terminal de la película, Turner amenaza a su superior, J. Higgins (Cliff Robertson), con el hecho de que ha contado su historia a un periódico para blindar su vida, Higgins duda de que esa historia vaya a ser publicada porque los intereses políticos priorizan las necesidades de los ciudadanos por encima del respeto a la Ley. “¿Qué les dirán los políticos a los ciudadanos cuando no puedan calentar sus hogares?”.

De alguna forma, se atiene a lo expuesto por Maquiavelo, a quien se le atribuye el principio de que “el fin justifica los medios”. Este principio ha sido utilizado incluso por la Iglesia Católica para quemar herejes y combatir las desviaciones doctrinales.

Lo que nos lleva a la siguiente reflexión: ¿estamos los ciudadanos dispuestos a consentir que el Estado utilice medios -aberrantes para la moral particular- a cambio de garantizarnos la satisfacción de nuestras necesidades? Como dijo Benjamin Franklin, “quien cambia un poco de libertad a cambio de un poco de seguridad, no se merece ni lo uno ni lo otro”. Es decir, la preocupación por las razones morales no es solo una cuestión individual sino colectiva, los derechos ciudadanos nos obligan a estar informados mal que nos pese. Las “verdades incómodas” que podamos descubrir no harán más confortable nuestra vida, pero son la responsabilidad que tenemos por disponer de libertades públicas. Al menos, es algo sobre lo que vale la pena reflexionar.

Esta película está basada en la novela de 1974 “Six Days of the Condor”, de James Grady.

@salenko1960