Cuando algo se hace añicos, nadie lo puede recomponer. Así pasa con la reputación de una persona, una vez que te pillan mintiendo descaradamente, lo más probable es que nadie te crea. Richard Nixon mintió reiteradamente porque consideraba que estaba en guerra con la prensa liberal (el fin justifica los medios). En EEUU nadie puede mentir al pueblo americano ni a sus representantes [como descubrieron «los diez de Hollywood» cuando terminaron en la cárcel acusados de actividades antiamericanas].
Richard Nixon hubiera ganado fácilmente la reelección sin necesidad de espiar al partido demócrata, pero estaba tan acostumbrado a destrozar a sus oponentes, que no calculó bien sus fuerzas; y dejó hacer a su equipo sin tomar en consideración lo que estipulan las leyes, «Ellos quieren jugar duro y nosotros también jugaremos duro…» dijo en una reunión con sus colaboradores que, luego se supo, tenía por costumbre grabar [conducta propia de una personalidad paranoide].
Los periodistas del Washington Post Carl Bernstein (Dustin Hoffman) y Bob Woodward (Robert Redford) se jugaron su reputación profesional cuando descubrieron que un asunto menor les llevaba al entorno de la Casa Blanca. Tuvieron la suerte de estar en el bando apropiado porque su empresa ya había descubierto lo incómodo que era llevar la contraria a Nixon (como se cuenta en la película «Los papeles del Pentágono»); y lo difícil que es encontrar una fuente fiable que traicione al círculo cerrado de la máxima autoridad del Estado.
Para que estos dos forjasen un equipo ganador fue necesario el apoyo de su jefe, el redactor jefe Ben Bradlee (Jason Robards) y de la dueña del periódico, Katharine Graham. Pero también debieron aprender a confiar el uno en el otro [pese a que Bernstein empezó su relación actuando a espaldas de Woodward].
En una democracia representativa, la libertad de información es la única que equilibra la distancia entre los altos mandatarios y la gente de la calle. Para ello, hace falta que los periodistas se atrevan a cumplir con su deber profesional y garanticen la confidencialidad de sus fuentes. Esto lo hicieron de forma ejemplar Bernstein y Woodward al no revelar la identidad de «garganta profunda» (uno de sus principales informadores); ahora sabemos se trataba de Mark Felt, «número dos» del FBI.
La estrategia contada en la película, hace a los periodistas preguntar a sus contactos lo siguiente: «Si yo publicase … ¿estaría mintiendo?». Con lo que los funcionarios no tenían necesidad de proporcionar la información que ellos buscaban, sino sólo confirmar o desmentir las averiguaciones que ellos barajaban como hipótesis [La conciencia moral de cada uno haría el resto].
No es fácil ganar a Goliat cuando dispone de toda la fortaleza del Estado, pero tampoco es imposible si cada uno es consciente del papel que ocupa y de las consecuencias que se derivan del mismo; en este caso, destapar la verdad para que los ciudadanos la conozcan.
Una gran lección para los tiempos que corren. Cuando la reputación del gigante cae -cuestionada por una larga cadena de contradiciones- nadie puede recomponerla, ni siquiera con la ayuda de todos los hombres del Presidente.
@Salenko1960
1 respuesta a «Todos los hombres del presidente»
Your image is fantastic! Thank you for sharing.