Edward Wilson es el alter ego del personaje real James Jesús Angleton, quién fue uno de los fundadores de la Central de Inteligencia Americana CIA, creada sobre los rescoldos de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), que alcanzó su prestigio por su contribución a la liquidación del régimen Nazi.
Wilson se presenta como un tipo frío, reservado, metódico y carente de expresividad. Una persona centrada en su trabajo y descuidado con las relaciones afectivas, especialmente con las mujeres.
Para llegar a esa personalidad, se explican sus orígenes, entre los que destaca el ser testigo del suicidio de su padre (más tarde se le presentará como un traidor a su país), sus esfuerzos por integrarse en el grupo más influyente de la universidad de Yale, el famoso y semisecreto Skull&Bones. Esfuerzos que incluyen despojarse de cualquier atisbo de dignidad, representar ridículos papeles femeninos y luchar bajo los orines de los miembros veteranos. Una forma de novatadas que garantizan una rápida integración en el clan de miembros distinguidos, los que se apoyarán mutuamente para escalar por la pirámide social.
Como colofón a sus aspiraciones de superar su oscuro pasado, tendrá que renunciar a su novia sordomuda para casarse con la hermana de uno de sus mentores, a la que ha dejado embarazada.
Llega la Segunda guerra mundial y el FBI recluta a Wilson para desenmascarar al carismático profesor Fredericks porque sospechan que colabora con los nazis. Para lograrlo, participa en un curso de poesía en el que Wilson destaca por su sensibilidad literaria y llama la atención de Fredericks hasta el punto en que le hace concebir sentimientos amorosos, lo cierto es que sólo quiere ganarse su confianza para robarle unos documentos que lleva en su cartera. Aquí se despliega el arsenal de manipulaciones que utiliza el servicio secreto para captar voluntades, hacer creer que estás interesado en alguien cuando lo que buscas es hundirle.
El propio Fredericks enseña a Wilson la manera en que se doblega la voluntad de un posible informante, mostrándole pruebas de su traición o su debilidad para chantajearle con la posibilidad de hacerlo público si no colabora pasando información sensible.
El siguiente encargo que recibe Wilson es asegurarse de que Fredericks es convenientemente liquidado porque representa una amenaza a la seguridad de las operaciones del OSS. Esto le lleva a presenciar su asesinato sin mostrar un ápice de compasión por el que fue su maestro.
La historia real no dista mucho de lo expuesto en la película. Consultando el impresionante documento escrito por el periodista Tim Weiner “Legado de cenizas. La Historia de la CIA” concretamente su capítulo 23, se describe a Angleton como un hombre obsesionado contra el que se rebelaron muchos de sus mejores agentes, al considerarlo enajenado por sus teorías de conspiración.
Angleton se había visto impulsado en su carrera profesional dentro de la Agencia cuando logró una copia del discurso secreto de Krushchev (aquél en el que acusaba a Stalin de promocionar tanto su imagen personal que menoscabó los intereses del partido y causó un daño irreparable a los fines del comunismo). Su posición le permitía controlar los asuntos israelíes y convertirse en la figura clave para enlazar con el FBI, según Weiner.
Con el tiempo se convirtió en la figura clave del contraespionaje lo que le llevó a imaginar la existencia de un complot maestro que acabó envenenando la atmósfera de trabajo en la CIA. Como ejemplo se cita un informe en el que cuestionaba la ruptura entre Moscú y Pekín hasta darle la categoría de gran campaña de desinformación para acabar con la Civilización Occidental.
Angleton ignoraba la valiosa información proporcionada por los disidentes porque estaba convencido de que era una información contaminada, un ejemplo de ello fue el caso Nosenko, un espía soviético que se cambió de bando y que fue tratado como un peligroso criminal.
Uno de sus mayores méritos fue la previsión que hizo sobre la Guerra de los seis días, pero su principal hazaña consistió en que, durante sus 20 años de responsable, el KGB no logró infiltrar a ningún agente doble. Debido a sus previsiones sobre la rápida victoria del ejército judío, despertó el interés del presidente Johnson sobre los asuntos de Inteligencia, lo que abrió el camino para que el director de la CIA (Richard Helms) ocupase una posición de privilegio en los desayunos de trabajo que se organizaban en la Casa Blanca, lo que Helms denominó el mágico círculo interior.
La película es una sucesión de hechos del pasado y situaciones del presente que muestran a un Wilson (interpretado por Matt Damon) capaz de traicionar incluso a su propio hijo. Este perfil psicológico del espía contrasta con la imagen glamourosa del agente 007 y redunda en la ofrecida por Alec Leamas (“El espía que llegó del frio” 1965) quién responde lo siguiente a la pregunta de ¿qué es un espía? «una lamentable procesión de memos, vanidosos y traidores. Además de degenerados, sádicos, y borrachos; son gente que juega a pieles rojas y cowboys para iluminar sus putrefactas vidas»
El único personaje ante el que Wilson se siente algo más cercano es, justamente, su contraparte en el Servicio Secreto soviético -apodado como “Ulises”.
La película deja abierta ante el espectador la inquietante pregunta de qué es lo que hay que hacer para defender nuestra forma de vida, en un escenario de confrontación como el de la Guerra Fría. O lo que es lo mismo, qué leyes es lícito quebrantar cuando se trata de salvaguardar el bien común.