Los acuerdos de no proliferación de armas nucleares establecieron que las bombas nucleares solo podían alcanzar sus objetivos por sistemas convencionales (misiles o aviones), en esto consistía “El cuarto protocolo”. Este nombre da título a una novela de Frederick Forsyth y a la película que vamos a comentar.
El agente del MI5 John Preston (Michael Caine) encuentra unos documentos secretos de la OTAN en la residencia de un miembro del gobierno británico. Cuando informa del hallazgo a su superior, se encuentra con una sanción disciplinaria por los métodos empleados y se ve destinado al control de puertos y aeropuertos.
Esta sanción le permite seguir la pista de una operación secreta del KGB que pretende hacer estallar un artefacto nuclear en las proximidades de una base militar de Estados Unidos y atentar contra la OTAN. El cuarto protocolo consiste en un acuerdo entre las dos superpotencias, que les pareció razonable a los negociadores, que garantizó un sistema para que la guerra nuclear se librase con medios convencionales (misiles y aviones, principalmente).
Las tretas que quedan al descubierto en la película son varias. Por un lado, está la estrategia de borrar todo rastro de sus fechorías: el general soviético responsable del atentado va ordenando asesinar a todos los personajes implicados, incluido el agente Petrofsky (Pierce Brosnan), que deberá colocar el artefacto nuclear sin saber que no dispone de tiempo para escapar a la detonación.
El complot del KGB se lleva a cabo con el beneplácito del Servicio Secreto Británico, lo que nos lleva a la inquietante cuestión de cuál es el verdadero sentido de unos servicios creados para garantizar la seguridad del Estado pero que, al operar en el más estricto de los secretos, se dedican a perpetuarse, confabulando situaciones de peligro que ellos mismos han creado. Si tenemos en cuenta que el relato que da pie a la historia proviene de un ex espía, llegamos a la conclusión de que estas agencias tan especializadas son (o fueron) parte del problema más que de la solución.
Otra cuestión que aparece descrita en la película es cómo se “limpian” las huellas de una traición entre dos agencias que se supone que son rivales. El plan de Gevorshin de atacar a la OTAN ha sido descubierto por los soviéticos, pero la eliminación del principal testigo (Petrofsky) la llevan a cabo especialistas del SAS siguiendo las órdenes recibidas por Irvine (alto oficial del Servicio Secreto Británico), con lo que él y el general Karpov recibirán su reconocimiento oficial (de sus respectivos gobiernos) por cargarse los planes de Gevorshin.
Aunque los hechos descritos trascurren en los años setenta, el Tratado de No Proliferación Nuclear se firmó en 1968, siendo Lyndon Johnson el Presidente de Estados Unidos y Leonidas Brezhnev el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética.
@salenko1960